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sábado, 8 de diciembre de 2012

La danza como metáfora del pensamiento




Dancer, circa 1874 - Edgar Degas

¿Por qué concibe Nietzsche a la danza como una metáfora forzosa del pensamiento? Porque la danza es lo que se opone al gran enemigo de Nietzsche-Zaratustra, un enemigo que él denomina el "espíritu de la pesantez". La danza es, en primer lugar, la imagen de un pensamiento sustraído de todo espíritu de pesantez.

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Como Zaratustra declara: "Y, sobre todo, el que yo sea enemigo del espíritu de la pesadez, eso es algo propio de la especie de los pájaros". Esto nos proporciona una primera conexión metafórica entre la danza y el pájaro. Digamos que hay una germinación o un nacimiento danzante, de lo que podríamos llamar el pájaro dentro del cuerpo. En un sentido más amplio: hay en Nietzsche una imagen del vuelo. Zaratustra también dice: "Quien algún día enseñe a los hombres a volar, ése habrá cambiado de sitio todos las señales de piedra; para él los mismos volarán por el aire y él bautizará de nuevo la tierra, llamándola -"La ligera".

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"Inocencia es el niño y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí". Ésta es la tercera transformación, que se encuentra al inicio de Así habló Zaratustra.

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La danza es inocencia porque es un cuerpo antes del cuerpo. Es olvido, porque es un cuerpo que olvida sus grilletes, su peso. Es un nuevo comienzo porque el gesto de la danza siempre debe ser algo como la invención de su propio comienzo. Y también es juego, desde luego, porque la danza libera el cuerpo de todo mimetismo social, de toda gravedad y conformidad. Una rueda que gira por sí misma: esto podría proporcionar una definición muy elegante para la danza. La danza es como un círculo en el espacio, pero un círculo que es su propio principio, un círculo que no se traza desde afuera, sino que más bien se traza a sí mismo. La danza es la fuerza motriz: cada gesto y cada línea de la danza debe presentarse, no como una consecuencia, sino como la misma fuente de movilidad. Y finalmente, la danza es simple afirmación, porque hace del cuerpo negativo -el cuerpo vergonzoso- uno radiantemente ausente.
Posteriormente, Nietzsche también hablará de fuentes, todavía dentro de la secuencia de imágenes que disuelven el espíritu de la pesadez. "mi alma es un surtidor" y, desde luego, el cuerpo danzante siempre está saltando, fuera de la tierra, fuera de sí mismo.
Por último, está el aire, el elemento aéreo que lo resume todo. La danza es lo que permite a la tierra llamarse a sí misma "aérea". En la danza, la tierra se piensa como si estuviera dotada de una ventilación constante. La danza implica la respiración, el aliento de la tierra. Esto se debe a que la cuestión central de la danza es el de la relación entre verticalidad y atracción. Verticalidad y atracción entran en el cuerpo danzante y le permiten manifestar una posibilidad paradójica: que la tierra y el aire puedan intercambiar sus posiciones, de modo que una pase a ser la otra. Es por todas estas razones que el pensamiento encuentra su metáfora en la danza, la cual recapitula la serie del pájaro, la fuente, el niño y el aire intangible.

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En realidad, lo que justifica la identificación de la danza como la metáfora del pensamiento es un intensificación. Esta convicción se opone principalmente a la tesis según la cual el pensamiento es un principio cuyo modo de realización es externo. Para Nietzsche, el pensamiento no se efectúa en otra parte más allá de aquella donde se da -el pensamiento es efectivo in situ, es lo que se intensifica (si se puede hablar así) sobre sí mismo, o también es el movimiento de su propia intensidad.
Pero entonces la imagen de la danza es natural. La danza transmite visiblemente la Idea del pensamiento como una intensificación inmanente. O mejor dicho, podríamos hablar aquí de cierta visión de la danza. De hecho, la metáfora funciona solamente si ponemos de lado toda representación de la danza que la describa como una restricción externa impuesta sobre un cuerpo flexible o como la gimnasia de un cuerpo danzante controlado desde afuera. En Nietzsche, la oposición entre la danza y una gimnasia de este tipo no es ni más ni menos que absoluta.

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Por supuesto, la danza corresponde a la idea nietzscheana de pensamiento como transformación activa, como poder activo. Pero esta transformación es tal que dentro de ésta se libera una interioridad afirmativa única. El movimiento no es ni un desplazamiento ni una transformación, sino un curso que atraviesa y sostiene la unicidad eterna de una afirmación. Por consiguiente, la danza designa la capacidad del impulso corporal no tanto de proyectarse en un espacio fuera de sí, sino de quedar atrapado en una atracción afirmativa que lo contenga. Éste es quizás el insight más importante de Nietzsche: más allá de la exhibición de movimientos o la rapidez de sus diseños externos, la danza es lo que da testimonio de la fuerza de restricción en el corazón de estos movimientos. Desde luego, esta fuerza de restricción se manifestará únicamente en el movimiento, pero lo que cuenta es la potente legibilidad de la restricción.
En la danza así concebida, el movimiento encuentra su esencia en lo que no ha tenido lugar, en lo que ha permanecido ya sea inefectivo o contenido dentro del movimiento mismo.

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O la vulgaridad radica en el hecho de que estamos obligados a actuar, "que obedecemos a cada impulso". De esta forma, la danza se define como el movimiento de un cuerpo sustraído de toda vulgaridad.
La danza no es de ninguna manera el impulso corporal liberado, la energía desenfrenada del cuerpo. Por el contrario, es la manifestación corporal de la desobediencia a un impulso. La danza muestra cómo el impulso puede volverse inefectivo en el movimiento de tal modo que sería una cuestión de restricción, más que de obediencia.

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La danza ofrece una metáfora para un pensamiento ligero y sutil precisamente porque muestra la restricción inmanente al movimiento y así se opone a la vulgaridad espontánea del cuerpo.

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Por "ligereza" debemos entender la capacidad de un cuerpo para manifestarse como un cuerpo liberado, o como un cuerpo que no se constriñe a sí mismo. En otras palabras, como un cuerpo en estado de desobediencia con respecto a sus propios impulsos. Este impulso desobedecido se opone a Alemania ("obediencia y piernas largas"), pero sobre todo exige un principio de lentitud. La esencia de la ligereza reside en su capacidad de manifestar la lentitud secreta de lo rápido.

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la danza, en su rapidez más extrema y virtuosa, exhibe esa lentitud oculta que la hace de tal modo que lo que ocurre es indistinguible de su propia restricción. En la cima de su arte, la danza demostraría la extraña equivalencia no sólo entre rapidez y lentitud, sino también entre gesto y no gesto. Indicaría que, aun cuando el movimiento haya acontecido, este acontecer es indistinguible de un no-acontecer virtual.

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Pasando a mi propio pensamiento -mi doctrina- esta exégesis nietzscheana sugiere el siguiente punto: la danza proporcionaría la metáfora para el hecho de que cada pensamiento genuino depende de un acontecimiento. Un acontecimiento es precisamente lo que queda pendiente entre lo que acontece y lo que no acontece.

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La única forma de determinar un acontecimiento es dándole un nombre, inscribiéndolo en "lo qe hay" como un nombre supernumerario. El acontecimiento "en sí mismo" nunca es otra cosa más allá de su propia desaparición. No obstante, una inscripción puede detener el acontecimiento como si estuviera en el filo dorado de la pérdida. El nombre es lo que decide sobre el haber acontecido. Entonces la danza apuntaría hacia el pensamiento como acontecimiento, pero antes de que este pensamiento haya recibido un nombre -en el extremo de su verdadera desaparición, en su disipación, sin el refugio del nombre.

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Desde que es trazado, nombrado e inscrito, el acontecimiento esboza en la situación -"en lo que hay"- un antes y un después. Empieza a existir un tiempo.Pero si la danza es una metáfora del acontecimiento "antes" del nombre, no puede participar en ese tiempo que sólo el nombre, mediante su reducción, puede instituir. La danza se sustrae de la decisión temporal. En la danza hay por tanto algo que es previo al tiempo, algo pretemporal. Este elemento pretemporal es el que se interpretará en el espacio. La danza es lo que suspende al tiempo en el espacio.

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la danza es el cuerpo asediado por la inminencia. Pero lo que es inminente es precisamente el tiempo antes del tiempo que llegará a ser. De este modo, la danza, como espacialización de la inminencia, sería la metáfora de lo que cada pensamiento funda y organiza. En otras palabras, el pensamiento interpreta el acontecimiento antes de que éste reciba un nombre. Se deduce que, para la danza, el silencio toma el lugar del nombre. La danza manifiesta el silencio antes del nombre exactamente de la misma manera que constituye el espacio antes del tiempo.

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cuando de danza se trata, el único deber de la música es marcar el silencio. La música es por tanto indispensable, pues el silencio debe marcarse para poder manifestarse como silencio. ¿Cómo el silencio de qué? Como el silencio del nombre. Si es verdad que la danza interpreta la denominación del acontecimiento en el silencio del nombre, la música indica el lugar de este silencio.

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Mallarmé lo plantea de la siguiente forma:"Me parece que sólo la danza necesita un espacio real".

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...la danza es el acontecimiento antes de la denominación. El teatro, por su parte, no es más que la consecuencia de la interpretación del acto de dar un nombre. Una vez que hay un texto, una vez que se ha dado un nombre, la exigencia es tiempo, no espacio. El teatro puede consistir en alguien que lee detrás de una mesa.  Desde luego, podemos proporcionarle un escenario, una escenografía, pero todo eso, para Mallarmé, no es esencial. El espacio no es una obligación intrínseca del teatro.La danza, por su parte, integra el espacio en su esencia. Es la única figura del pensamiento que lo hace, de modo que podríamos argumentar que la danza simboliza el propio espaciado del pensamiento.

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Hay en la danza -la expresión es de Mallarmé -"una virginidad del sitio". Y añade: "una virginidad no soñada del sitio". ¿Qué significa "no soñada"? Significa que el sitio de acontecimiento no sabe que hacer con la imaginación de una escenografía. La escenografía es para el teatro, no para la danza. La danza es el sitio como tal, desprovisto del adorno figurativo. Exige espacio, o espaciado, y nada más.

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El cuerpo danzante, a medida que llega al sitio y se ve espaciado en la inminencia, es un pensamiento-cuerpo. El cuerpo danzante nunca es alguien. Sobre estos cuerpos, Mallarmé declara que "sólo son un emblema, nunca alguien". Un emblema está por encima de todo lo que se opone a la imitación. El cuerpo danzante no imita a un personaje o una singularidad. No representa (figura) nada.

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El cuerpo danzante no expresa ningún tipo de interioridad. Completamente en la superficie, como una intensidad visiblemente contenida, es en sí mismo interioridad. Ni imitación ni expresión, el cuerpo danzante es un emblema de la visitación en la virginidad del sitio. Llega al sitio precisamente para manifestar que el pensamiento -el verdadero pensamiento-, que está encima de la desaparición del sitio, es la inducción de un sujeto impersonal. La impersonalidad del sujeto de un pensamiento (o de una verdad) deriva del hecho de que dicho sujeto no preexiste al acontecimiento que lo autoriza. De ahí, que no haya motivo para concebir a este sujeto como "alguien", puesto que el cuerpo del danzante va a significar, a través de su personaje inaugural, que es como un primer cuerpo.

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Mallarmé plantea que todo baile "no es más que la interpretación misteriosa y sagrada" del beso. En  el centro del baile hay, pues, una conjunción de los sexos, y esto es lo que debemos llamar omnipresencia. La danza se compone por completo de la conjunción y disyunción de las posiciones sexuales. Todos sus movimientos retienen su intensidad dentro de recorridos cuya gravitación crucial une -y luego separa- las posiciones de "hombre" y"mujer". Pero, por otro lado, Mallarmé también advierte que el danzante "no es una mujer".

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Se debe a que la danza sólo retiene una forma pura de la sexuación, el deseo y el amor: la forma que organiza el tríptico del encuentro, el enredo y la separación.

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Pero en última instancia, lo triple que comprende el encuentro, el enredo y la separación logra la pureza de una restricción intensa que se separa de su propio destino.

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Al final, lo que está en juego en la alusión ubicua a los sexos es la correlación entre ser y desaparecer, entre acontecer y anulación -una correlación que extrae su codificación corpórea reconocible del encuentro, el enredo y la separación.
La energía disyuntiva a la que la sexuación proporciona código está hecha para servir como metáfora del acontecimiento como tal, una metáfora de algo cuya existencia total reside en la desaparición. Es por esta razón que la omnipresencia de la diferencia sexual se borra o se anula a sí misma, puesto que no se trata del fin representativo de la danza, sino más bien de una abstracción formal de la energía cuyo recorrido llama, en el espacio, a la fuerza creativa de la desaparición.

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Mallarmé: "El bailarín no baila".

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la danza -nos dice Mallarmé - es "un poema liberado de cualquier aparato del escribano". Esta segunda afirmación es tan paradójica como la primera ("el bailarín no baila"), puesto que el poema es por definición un trazo, una inscripción, especialmente en su concepción mallarmeana. Por consiguiente, el poema "liberado de cualquier aparato del escribano" es precisamente el poema descargado del poema, el poema sustraído de sí mismo, así como el bailarín, que no baila, es danza sustraída de la danza.
La danza es como un poema no inscrito, no trazado. Y la danza es también como un baile sin baile, un baile no bailado. Lo que aquí se afirma es la dimensión sustractiva del pensamiento. Cada instancia genuina del pensamiento se sustrae del conocimiento en el que se constituye. La danza es una metáfora del pensamiento precisamente en la medida que indica, por medio del cuerpo, que el pensamiento, en la forma de su aparición como acontecimiento, se sustrae de cualquier preexistencia de conocimiento.
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"El bailarín no baila" significa que lo que uno ve no es en ningún momento la realización de un conocimiento preexistente, aun cuando el conocimiento sea, hasta la médula, su material de apoyo. La bailarina es el olvido milagroso de su propio conocimiento sobre la danza. Ésta no ejecuta la danza, sino que es la intensidad contenida que manifiesta la indecisión del gesto. En principio, la bailarina anula cada baile conocido porque dispone de su cuerpo como si fuera inventado. De modo que el espectáculo de la danza es el cuerpo sustraído de todo conocimiento de un cuerpo, el cuerpo como eclosión.

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¿Qué dice Mallarmé? Dice que la danza "te ofrece la desnudez de tus conceptos". Y añade: "y silenciosamente rescribirá tu visión".

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la danza, como una metáfora del pensamiento, nos presenta el pensamiento como desprovisto de relación con cualquier otra cosa que no sea éste, en la desnudez de su aparición.  La danza es un pensamiento sin relación, el pensamiento que no se relaciona con nada, que no pone nada en relación. Podríamos decir que es la conflagración pura del pensamiento, porque repudia todos los adornos posibles del pensamiento. De ahí el hecho de que la danza sea (o tienda a ser) la exhibición de la desnudez casta, la desnudez previa a cualquier adorno, la desnudez que no se deriva del despojo de adornos sino que es, por el contrario, como se da antes de todo adorno -así como el acontecimiento se da "antes" del nombre.

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Cada uno de los demás espectáculos (y, sobre todo, el teatro) exige que el espectador le confiera su propio deseo a la escena. En ese aspecto, la danza no es un espectáculo. No es un espectáculo porque no puede tolerar la mirada del deseo, la cual, una vez que hay danza, sólo puede ser la mirada de un voyeur, una mirada en la que las sustracciones de la danza se suprimen a sí mismas. Lo que se necesita es lo que Mallarmé llama "una mirada absoluta impersonal o fulgurante". Una restricción estricta -¿acaso no lo es? -pero que domine la desnudez esencial de los danzantes, tanto hombres como mujeres.

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Lograr la desnudez de los conceptos exige una mirada que -liberada de todo deseo de indagar en los objetos para los cuales el cuerpo "vulgar" (como diría Nietzsche) funciona como un soporte- alcanza el pensamiento-cuerpo inocente y primordial, el cuerpo inventado o revelado. Pero dicha mirada no le pertenece a nadie.
"Fulgurante": la mirada del espectador de la danza debe captar la relación del ser con el desaparecer -nunca puede satisfacerse con un mero espectáculo. Además, la danza siempre es una totalidad falsa. No posee la duración cerrada de un espectáculo, sino que es más bien la actuación permanente de un acontecimiento en su vuelo, atrapado en su equivalencia no resuelta entre su ser y su nada. Sólo el destello de la mirada es apropiado aquí, y no su atención realizada.
"Absoluta": el pensamiento que encuentra su figura en la danza debe considerarse como una adquisición eterna. La danza, precisamente porque se trata de un arte absolutamente efímero -puesto que desaparece tan pronto como tiene lugar -alberga la carga más fuerte de eternidad. La eternidad no consiste en "permanecer como uno es", ni en la duración. La eternidad es precisamente lo que vigila la desaparición. Cuando una mirada "fulgurante" agarra un gesto evanescente, sólo puede mantenerlo puro, fuera de cualquier recuerdo empírico. No hay otra forma de salvaguardar lo que desaparece que vigilarlo eternamente. Mantener vigilancia en lo que no desaparece significa exponerlo a la erosión de la vigilancia. Pero la danza, cuando es capturada por un espectador genuino, no puede acabarse, precisamente porque no es más que el efímero absoluto de su encuentro. En este sentido, hay un absolutismo de la mirada dirigida hacia la danza.

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La danza no es un arte, porque es la señal de la posibilidad de arte como si estuviera inscrito en el cuerpo.

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Decir que el cuerpo, como cuerpo, es capaz de arte, es exhibirlo como un pensamiento-cuerpo. No como un pensamiento atrapado en un cuerpo, sino como un cuerpo que piensa.
Ésta es la función de la danza: el pensamiento-cuerpo que se muestra a sí mismo bajo la señal evanescente de una capacidad para el arte.

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¿Cómo vamos a llamar a la emoción que nos embarga en este momento -tan pequeña como nosotros mismos podemos ser capaces de una mirada impersonal absoluta y fulgurante? Llamaré a esta emoción un vértigo exacto.
Es un vértigo porque el infinito aparece en éste tan latente dentro de la finitud del cuerpo visible. Si la capacidad del cuerpo, a guisa de capacidad para el arte, es exhibir el pensamiento nativo, esta capacidad para el arte es infinita, y también lo es el propio cuerpo danzante. Infinito en el instante de su gracia aérea.



Alain Badiou

Traducción del inglés: Sandra Strikovsky
Dentro de: Fractal 50 julio - septiembre 2008

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