D o g m a
Untitled (Gelbe Dre), 1943 - Kurt Schwitters |
Este diario es confesional. Inusitadamente hoy me rasuré.
Después fui temprano al café. Leí a Blanchot. Mientras con-
ducía hacia la oficina escuché a Los Beatles. Escribo estas
palabras durante una junta de trabajo. Blanchot dice que es-
cribir diarios no refleja sino insinceridad, tal vez hipocresía.
No forzosamente quien escribe es mentiroso, pero sí produce
falsedades: Pactar con la felicidad o recordar la imposibili-
dad de ser feliz es el sentido último de lo que escribo.
D i v i n i d a d
La sutura me recuerda que debo mirar el ventanal con tela-
rañas en la Rúa dos Mercadores. A lo lejos se escucha una
melodía árabe que proviene de un radio. La ventana tiene un
barandal oxidado. La estancia parece deshabitada. Atrás del
barandal hay una malla rota de alambre. Más atrás, un portón
de madera cerrado. El muro que enmarca la ventana perma-
nece sucio y percudido. Pertenece a un edificio de unos 15 o 20
metros de altura. Sin embargo, los cuartos de los pisos su-
periores parecen habitados. Aun así tres puertas del edificio
donde se inscribe el ventanal, cuatro veces tapiado, también
están canceladas. Tal vez ahí reside la divinidad.
Untitled (Merzbild rosa-gelb), 1943 - Kurt Schwitters |
L a C a l u m n i a
la vi entrar al museo la seguí ella recorría los pasillos tropezó
sobre un espejo en el piso de mármol vi distintas imágenes
compitiendo con los lienzos pendientes del muro la quebra-
dura ocurrió cerca de la calumnia pound la menciona en el
inevitable canto cuarentaycinco no pudo haber venido con
la usura y en efecto el artista la fabricó para defender a un
predicador que de todos modos murió en la hoguera no obs-
tante es sólo un reflejo de otro reflejo luciano de samosata
del siglo dos menciona cierta obra de cierto artista efeso
llamado apeles que hace más de dos milenios se representó
a sí mismo denigrado por el rey ptolomeo bajo el influjo de la
ignorancia y la sospecha esa obra fue devorada por el tiempo
nadie había escrito que la calumnia florece y abunda en las
cortes ni había hablado de usura ni de pound ni de savonarola
quien dejó incompleta tristitia obsedit me tampoco antici-
pó la reaparición de apeles en un lienzo florentino diecisiete
siglos después ni que hoy la viera entrar al museo la haya
seguido y ella tropezara con un espejo en el piso de mármol
A r e z z o
Mz30,50, 1930 - Kurt Schwitters |
Debía ser tarde. La habitación era oscura. Sólo recuerdo que
me miraban. Me practicaron una autopsia. Hurgaban escrupu-
losamente en aquello que aún me duele. Había una paradoja.
Ellos examinaron mi cadáver y yo estaba despierta. Era tarde
porque ya todos dormían en la habitación. Me incorporé y me
asomé desde la ventana. Entre cipreses, los faroles desga-
jaban una luz cansada y discreta. Ahora que lo pienso debía
ser tarde. Volteé nuevamente. Me veían y yo sangré de la
muñeca
muñeca
T a b l a s d e T a r t a r i a
Me acerco a una puerta en la Rúa dos Mercadores. Conforme
me aproximo el zumbido de los moscos es más audible. La
música árabe también adquiere mayor definición. Remuevo
las telarañas que cubren la ventana. Cuando lo hago siento
una punzada en el brazo izquierdo. Entonces utilizo la mano
derecha. En el marco de la ventana leo estas palabras en una
empolvada inscripción de plata: Toda escritura está fecha-
da y signada. Toda escritura representa una deserción. Toda
escritura significa sustitución. La marca aparece en lugar de
la experiencia. Toda escritura se ampara en una voluntad de
registro. Toda escritura es ausencia.
E v o r a
Untitled (Ölabstrich auf Zeitungspapier), 1939 - Kurt Schwitters |
Ahora probaré escuchar las percusiones mientras observo
aquellas figuras licuándose. Soldados y ángeles y emperado-
res y vírgenes circulan en su fijeza. Ahora probaré disolverme
entre el claroscuro y el ritmo y la perspectiva.
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Los monjes atendieron al pintor convaleciente con yerbas
molidas y flores blancas. Recibió los sagrados óleos y fue ex-
pulsado del convento. En la plaza del campo encontramos el
cadáver entre pústulas negras y violáceas. Su mano izquier-
da sostenía un pincel y la otra un gran paño de seda roja. Yo
escudriñaba el fresco cuando tú escuchaste los relinchos.
Rodrigo Flores Sánchez
De: Zalagarda, Mano Santa Editores, México 2011