Norma,
niña de mil flores,
eras la distancia,
por fin vista,
Icon, 2002 - Susie MacMurray |
de los viejos prados
en los enormes prados
de un mundo enfurecido
o la canción de un anciano
y el alfiler al ojo
con una lágrima que recorre en elipsis
y cree dar el más puro de los regalos.
De oro y blanco,
sin esperma concebida,
la gran virgen de las putas,
con hollín bajo los párpados
y cada pierna
retorcida,
cubriendo el diamantado
hueco de su peste,
en el halo semítico,
sarnoso,
secular,
ceroso,
del manto florido
en el que protege,
pero dice,
"el frío que cargo
no es poca cosa,
me han querido encender
y al fondo de esta pira
no quedan más que muertas,
hechas vicio,
contra el borde".
Y no creemos
nada en absoluto,
con Dios esparcido en la ceniza
que cubre el cabello
de la virgen,
y su manto
de adoración cruenta,
o divina
o carnosa
o pastoral,
las mil flores
al paso
que se abren
y son vulvas
de barniz diverso
donde la luz se pierde,
hasta cegarnos.
"Yo viví con Norma,
yo fui su padre,
yo la tomé
en el moho de un sótano,
su piel blanca me comprende,
su mirada blanca me comprende,
su entrada roja me comprende",
y la niña dice,
"mi padre está en mí,
y no siento nada,
nada más que
el rumor de la vida
que revienta contra los muros"
pero has de ser
el prado de todos,
el jardín del hombre
Icon, 2002 - Susie MacMurray |
y la casualidad de su convite,
virgen bendita de luz roja,
virgen pura de callejón negro,
de ventana y cortinillas sarmentosas,
virgen de mil flores,
rodeada de un millón de aves,
que en ciclos
desnudan cada pétalo
horadando la casualidad de la sonrisa,
cercada por un muro
de cerdos que gritan la ternura
de su carne,
"serás la devoción
de cinco razas,
y cada una cubrirá su espina
con trozos de tu iris",
y la virgen,
pensando en la niña,
mirando flores y aves,
puta de cabello metálico,
vestido santo y brillante,
que se extiende con el viento,
reza el nombre de cada una de sus gotas,
de cada una de sus entregas
en los viejos prados,
"nosotros la tuvimos,
en diferentes cuartos,
tras diferentes destellos,
en la insoportable pesadez de su cadera,
nosotros, cuatro, cinco,
seis, siete
o todo el pueblo de Israel,
la sacamos de sí,
profanamos el templo
para robar el arca
y huimos tras la puerta abierta
esperando que la lluvia secara
su piel blanca,
su mirada blanca,
su entrada roja":
y la niña dice,
"yo
me dí al mundo
porque cansaba ese oleaje
tras los muros,
pero el frío que cargo no es poca cosa,
no lo es,
yo
ya no soy
ni entiendo,
en este prado,
bajo esta lluvia,
me quedo sola
porque ya me han tocado todos".
Y la virgen anda entre sus flores,
a la sombra de sus pájaros,
bautizada
Circe,
Norma,
Marilyn,
con una lágrima lechosa
levemente suspendida
sobre el horizonte del labio,
en eclipsado miedo al roce lentón
de dulce entraña,
rubor mariano,
que se aproxima
con la mirada tensa
y los párpados vencidos
hasta la cámara,
al bosque santo,
como si viera
el sótano de su devoción
y escuchara la vida contra los muros
porque los cerdos ronronean
"la queremos todos,
desmembrada, trashumante,
vuelta una rúbrica inservible
porque no se tolera su existencia
o la visión dolorosa de su paso,
que nos devuelve
las piernas".
Y contemplamos sus ojos,
en la trizteza de dos mil años,
corona de espinas, minutos y horas,
hasta hacer una reverencia
a nuestra gloria:
pues viva la virgen puta,
la diosa sucia,
la santa puerca
que nos moja
en su piel blanca,
en su mirada blanca,
en la entrada roja
a la distancia
de los viejos prados
en los enormes prados
de un mundo enfurecido.
Benjamín Eliezer
De: .U.S.S.A., Talleres Grupo Generación Espontánea, 2009 México