Y ellas hacen la vendimia y venden sus pezones como uvas. Y las
lunas se les clavan en sus ojos de esquirlas y lamen la sangre que
cae de sus anhelos tan
Quien juega con fuego, dicen.
Y a ellas no les importa quemarse saltando una tras otra hoguera.
Saben que la mujer es de noche y el hombre es de día.
Saben que la mujer es húmeda y fría y que se hacen espuma de
mar sus deseos.
Saben que no son brujas y por eso enseñan todo el polvo que
guardan en sus camas y esconden escobas. Escobas que hacen
volar, dicen. Escobas que son pelos de coño muy rizados, como
pasados por fuego.
Os cortaremos las alas, dicen.
Y ellas ríen con su cuerpo vendido. Porque son ángeles del diablo,
cuerpo vendido y alma vendida. Epístolas de sello rojo.
Y vuelan con el pecado de la lujuria y una virtud de luna
creciente.
Y ellas vuelan y vuelan, las prostitutas del hambre, con el deseo
entre las piernas y una promesa de dormir siempre sucias. Y
vuelan. Y hacen la vendimia de sus pechos y escancian el vino
como fruta madura que también es pecado y toda la espuma de su
sangre derramada. Y mar. Porque es de noche. Y sólo de día,
carpe diem, los hombres secos y calientes como los desiertos que
atraviesa la mente serán capaces de cortarles las alas o
fundírselas en un gemido, como hiciera Ícaro.
Los hombres son sólo hombres. Y desde el templo de Apolo las
prostitutas del hambre les ofrecen sus alas para la noche, sólo
para la noche.
Ana Muñoz