Apenas una vez supe decirte
que eras la dulce enemiga
la cruel suspirante de los libros antiguos.
O quizá pronunciaba esas vulgares palabras
—donde medraban polillas y peces de plata
y donde el polvo rompía
Girl thinking, 1935 - Yasuo Kuniyoshi |
sus uñas terrestres—
en la velocidad de los autobuses desiertos
en los charcos que ayer ya no estaban
en los parques que se ahogan al atardecer
en las banderas de colores aventados
en los estadios de numeroso silencio
en los perros holgándose a través de la sarna
en el mercado donde compro la carne
y el áspero olor que me sostienen.
Erótica mía enemigamente mía:
no quiero asegurar que siempre olvidas
la aritmética de un teléfono
—¿es distinto tu código o mi voz se borra
entre tantas conversaciones enredadas?—
no quiero dar tampoco fe
de que entregas tu calzón
a otras manos impuras
—es extraña tu memoria: en ella
puse árboles sonantes
hierbas trepando desde la sangre
para que supieras que tengo un solo esqueleto
y que todas las baldosas son menos
que el barro de mis únicos zapatos—
no quiero siquiera afirmar
que te engañas
cuando piensas oscuramente en mí
—¿es que habrá dolor
en tus pechos mordisqueados
en tus dedos calientes cuyo sudor besé
en tu lengua escondida donde me sostuve
dos minutos de peleada eternidad?—
no quiero que conmigo permanezcas
sin la rajadura que sí sabes abrir
para ser ciegamente salpicada:
no quiero que estés en mí
sin el vello renaciente de tus brazos
no deseo encontrarte
sin tu paladar inundado de sabores humanos
—Erótica mía enemiga tan mía
¿es que en tu casa
no hay lugar para mi sombra
o es que juegas a mezclarte
con el miedo
para que envejezca de amor
ese feroz vampiro de tu entrepierna
esa simple geometría
inventada por el Diablo
para hacerte llorar?
Saúl Ibargoyen
De: Erótica mía, Ediciones del Ermitaño, México 2010