|
In the woods, 1855 - Asher B Durand |
|
No le enseñé nada a mi hija
los cedros y los pinos le enseñaron a moldear
el aire entre las palabras. ¿Le enseñé a nadar,
sostuve su pequeño cuerpo luminoso en la palma de la mano?
No, los álamos se agacharon al borde del lago
y dijeron: así y así.
¿Dónde estaba yo el día que llevó una taza de té
para tomar entre los alisos? La vi salir
del bosque, un mono de trapo colgado del brazo.
No me debe a mí su gracia o el modo que tiene con los animales.
Los arces le enseñaron a coser estos guantes anaranjados.
¿Estaba yo lavando la tina, enferma de gripe,
cuando los álamos hicieron sonar sus pulseras
y mi hija fue corriendo? Los árboles frutales
le han de haber contado qué sonidos atraen a los pájaros.
Si algo le enseñé, fue la impaciencia,
cómo mantener los pisos limpios. Entiendo que un árbol
no es un buey ni la electricidad, no es la sonata
que mi hija tocó la tarde que me paré en la entrada,
con todas las ventanas abiertas. En esos tiempos una secoya
gigante dominaba el barrio entero.
Mi hija tenía sólo nueve años pero ya
su nombre en mi boca sabía a tristeza vieja.
Dicen que la infancia deja cicatrices en la mente
al igual que en el cuerpo. Así que doy gracias
a los robles duros. Sin su corteza acanalada
ella no hubiera podido sobrevivir.
why the juniper rushed in
|
Forest in the morning light, 1855 - Asher B Durand |
|
I taught my daughter nothing
but the cedars and the pines taught her to carve
the air between words. Did I teah her to swin,
did I hol her thin flashing body in an upturned hand?
No, the poplars bent down at the edge of the lake
and said: like this and like this.
Where had I gone the day she took a mug of tea
to drink among the alders? I saw her coming out
of the forest, a sock monkey over an arm.
No credit to me for her grace or way with the animals.
The maples taught her to stitch these orange gloves.
Was I scrubbing the bathtub, sick with flu
when the aspens rattled their bracelets
and my daughter went running? The fruit trees
must have told her the sounds to bring down the birds.
If I taught her anything, it was impatience,
to keep the floors clean. I understand a tree
is not an ox or electricity, it is not the sonata
she played the evening I stood in the driveway,
the windows all open. In those days a giant
sequoia towered above the neighbourhood.
My daughter was only nine but already
her name in my mouth was the taste of old grief.
They said childhood leaves scars on the brain,
just as it leaves scars on the body. So I thank
the hard oaks. Without their furrowed bark
she could not have survived.
Patricia Young
Dentro de: Las sagradas superficies/Poesía canadiense actual de lengua inglesa. Selección y traducción: Claudia Lucotti. Ed. Aldus, México, 2005
patricia young
canadian poetry online: patricia young
the met: durand, asher b
nga: durand, asher b