Tomamos café y hablamos de ese país,
del árido paisaje de sangre,
del largo temor de siglos,
de las tribus,
de los mayores
y la miseria de su noche.
Tomamos café
mientras esperamos la respuesta de los hados,
mientras Eurípilo consulta al oráculo de Febo
y ardemos en ansias de saber,
de interpretar la furia de los dioses,
la cólera que nos impide el regreso.
Tomamos café
mientras ocultan la muerte de Franz Ferdinand
y en el Volga cantan los insurrectos,
mientras Tiresias toma una taza de té
frente a la vidriera del Croissant
y nos dice:
Con sangre aplacaron a los vientos
al tiempo en que arribaron
a la costa troyana por vez primera.
Es fuerza que con sangre
demanden el regreso.
Hablamos de la desobediencia civil,
de los muertos que florecen en las calles,
de los caminos baldíos de las revoluciones,
mientras esperamos al Granma,
mientras esperamos la nave
que nos dicte los días del futuro.
Tomamos el café
mientras Stalingrado cuenta a sus muertos,
y Madrid se estremece en ruinas
entre el humo y la conmoción,
mientras los milicianos
gritan consignas y nos cuentan su derrota,
mientras Febo llega a nuestra mesa
Su patria y su tiempo
como mi patria y mi tiempo nacieron muertos.
No piensen en el regreso,
allá nada queda por hacer,
todos sus afanes,
todas sus fatigas
serán infortunadas.
Tomamos café
mientras las ninfas caminan por calles angostas
y miramos el humo de sus cigarros,
mientras se despiden agitando sus pañuelos;
y yo les digo que habrá un tiempo para destruir,
y que habrá un tiempo para crear de nuevo,
y que incluso habrá un tiempo para tomar el té
mientras damo vuelta al timón y miramos a barlovento.
Porque después de todo,
después de las tazas,
después del café y las galletas,
después de encuentros y desencuentros,
habrá valido la pena contarlo todo,
habrá valido la pena hablar de los muertos,
de la sangre, de la lucha
que construyó ese país que no encontramos,
que no hemos visto germinar,
que acaso florecerá hoy o quizá nunca.
Pero siempre hay tiempo,
siempre habrá tiempo
para conocer las voces
que caen atravesadas por un alfiler
mientras nosotros
nos retorcemos clavados en los muros.
Pero siempre hay tiempo,
siempre habrá tiempo
para hablar de la voluntad de Febo,
para hablar de ese país
y las viejas calles de ciudades muertas,
para hablar y hablar y hablar
mientras nos toca a nosotros,
mientras llega nuestro turno.
Tomamos café
y hablamos de la inutilidad de hablar,
de quedarnos quietos;
porque después de todo
habría sido mejor iniciar este asunto
con una sonrisa amarga
y haber dicho:
Yo soy Quetzalcóatl,
de los dioses y de los hombres lo vi todo,
yo anduve entre los muertos,
y hoy regreso del Hades
para contarlo todo, para decirlo todo,
para revelarles el ayer,
yo les diré en qué nos equivocamos ayer,
yo les diré por qué vivimos enteramente en el ayer,
por qué vivimos de pensamientos,
de dogmas, de errores del ayer,
por qué es el pasado y no el presente
lo que hoy nos condena.
Iván Cruz Osorio
De: Contracanto, Ed. Malpaís, México 2010
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