viernes, 6 de mayo de 2011

Caza

Por eso es muy posible que no asista a mi entierro
......................................................Oliverio Girondo

La table, 1979 - Antoni Guansé
Llego tarde a la caza, ya me sabes,
quiero decir conoces, tú me entiendes.

Voy pensando en tus labios, siniestra
en el bolsillo, a qué mentir. Seguro

no has llegado o ya te fuiste, ¿y ahora
quien va a abrirnos? ¿quién así me dirá

venga mañana, de parte, aquí no vive?
Parece que no hay nadie, ya es temprano.

Las llaves se derriten en mis dedos
cuando froto, mi viuda, tus ojos pedernales

contra mi pantalón. Y es que estás
a) como quieres, b) adónde te has metido,

c) yo le digo que vino, d) ¿le pasa mi recado?
Siempre hallo más opciones que deseos.

Abro con el meñique la puerta del servicio,
enhiesto el corazón, pero al cerrarla

quedo otra vez afuera y en nudillos.
Alguien dice temperie o lo he soñado.

Alguien masculla ansina, tiniebla sin la ese,
herrumbe hierro lumbre en el umbral

herido del humus que no yerra ni hace llaga
en la hombría. No problema, me digo

sin el ay; bien visto: ¿de qué sirve una hache
si no derriba al árbol que ase sombra a las 12?

Palabras, sólo dices palabras con cerrojo.
Palabras sin ganzúa que el tedio oxida.

Voy a quedarme aquí, frente a la caza
que no puedo allanar, hasta que al fin

me veas, si te aburre leer. Sabes bien
que te busco para llamearte el limo,

para lamerte el humo, para limar
tu lava en mi toda flamura. Toc toc.

¿Y la señora? Pasos quietos. Mi sombra,
que ha tiempo se niega a arremangarme

los talones, se precipita a abrirme
sin dejarme golpear aldaba o gárgola.

Que dice que no está para ningunos.
Soy un trazo, me digo, un vestigio de aquel

a punto de llegar y el que me aguarda
afuera, por costumbre. Toco y respondo

quién. Pego la oreja. El eco dice nadie.
Así que no me abro. Testa adentro en la caza

me dejo enternecer por la ventana azul
que reveló a Magritte la condición humana,

pero hace frío y la lluvia (salvo el cráneo
avestruz) me escurre de la nuca hasta entrambos

tobillos, me aleja tan de mí, el corazón enhiesto,
que mi cabeza adorna (en rodete de mármol

y mi nombre científico en latín) el muro
más caoba de tu sala. Parto ya no es metáfora.

Desde un sillón de cuero tus piernas sin mujer
me obsequian el rosal de su hemorragia.

Y cuando me presento con las demás cabezas,
escucho que tus senos de centaura se arrastran

con resuello entre charcas y siento que tu mano
asciende a mi bolsillo y... ah, tus ojos pedernales.



Román Luján

De: Drâstel, Bonobos Editores, México 2011