.... Diré aún más: era como si la joven difunta me hubiera entregado todo el carmín no consumido de sus mejillas, ya que en cuanto alguien: "¡Pobre Nadia!" o mi madre, mirando a su compañera (¡esa misma!): "Me temo que morirá, como Nadia" - yo, como un resorte que se suelta, no salto de la silla, salto fuera de mí y corro "por un libro" o "por un bastón", sabiendo que dentro de un segundo ya no seré capaz ni mediante la fuerza ni mediante la voluntad de contener el rubor: ¡el incendio! ¿El amor es ciego? ¡Pero cuán ciegos son los seres humanos frente a él! Así, ni aun mi madre adivinó jamás mi secreto - ¡escrito en la frente! - diciéndome preocupada cuando yo regresaba: "¡Qué movimientos tan rudos tienes! En la mitad de la conversación... Así puedes asustar a cualquiera. Un libro... Un bastón... ¡Pero si nada está ardiendo!" No, sí arde.
.... ...¿Por qué no (amaba) a Seriozha? ¿El amor confesado de mi primera infancia? ¿Por qué me resigné a su muerte, la acepté como todos?
.... Porque el propio Seriozha se resignó, y Nadia - no.
.... Porque Seriozha ya no quería vivir, y Nadia - sí.
.... Porque Seriozha murió del todo, y Nadia - no. El se fue del todo, con todo lo que había en él, y Nadia no se separó de todo lo que en ella había, ¡lo que en ella se agitaba! Se quedó para siempre.
.... Y, también quizá, porque por Seriozha ya estaba tan desconsolada su madre, y por Nadia tanto como yo (lo afirmo también ahora) nadie - nunca.
.... Nadia querida, ¿qué querías tú de mí? ¿Versos? Pero entonces eran infantiles, y además alemanes...
.... ¿Por qué me seguías precisamente a mí, por qué aparecías frente a mí, por qué precisamente frente a mí, de entre todos aquellos que tan poco tiempo antes te habían seguido y rodeado?
.... ¿Quizá, Nadia querida, tú, después de haber visto súbitamente desde allá todo el futuro que me esperaba, a mí, una niña pequeña, al seguirme seguías a tu poeta, aquel que hoy te resucita, cuando han pasado casi treinta años?
Marina Tsvietáieva
De: El diablo, Ed. Anagrama, 1991 Barcelona
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2372
http://english.tsvetayeva.com/
Salustiano
http://www.artfacts.net/index.php/pageType/newsInfo/newsID/3620/lang/3
http://pintura.aut.org/SearchAutor?Autnum=15.928
jueves, 31 de julio de 2008
La casa del Viejo Pimen (fragmento)
.... Aquí yo debo relatar algo muy extraño. Lo relato (febrero de 1905) por primera vez. Lo relato porque todo aquel mundo, el del Viejo Pimen de los Ilovaiski y del Triojprudny de los Tsvietáiev, de jovenes hermosas como Nadia, y niñas solitarias, como entonces era yo - se acabó. Se acabó no solamente aquella época mía, sino toda aquella época. Lo relato porque es una deuda insoluta del corazón.
............
.... ¿Qué es lo más importante en el amor? Conocer y ocultar. Conocer algo sobre el bien-amado, y ocultar que lo amas. En ocasiones el ocultar (el pudor) es más fuerte que el saber (la pasión). La pasión del secreto - la pasión de la revelación. Así fue también en mi caso. Me era insoportable hablar de Nadia e insoportable no saber nada de ella. Pero me era aún más insoportable nombrarla que no saber. Yo vivía, como un tímido mendigo, de las limosnas casuales, como después, ya de adulta, durante la Revolución, de las limosnas de música por la calle, de noche, bajo ventanas ajenas. (Así en una ocasión, desde una ventana nocturna en Arbat "me dieron una limosna" de Rajmáninov - Rajmáninov en persona.) Vivía de las palabras casuales que se referían a ella, sin las mías que las hubieran sugerido. Diré aún más: en cuanto mi padre, durante nuestras lejanas expediciones a los bosques de abetos (mi madre estaba acostada, siempre acostada, eternamente acostada, aquel fue su último verano, ya postrada, ya bajo los abetos), en cuanto mi padre comenzaba a relatarnos algo sobre aquélla, yo interrumpía con alguna pregunta indirecta que lo desviara, que lo llevara hasta algún detalle de la enfermedad y lejos de la amada; con una fortuna y una astucia inverosímiles y antinaturales en mí, alejaba la tempestad de felicidad. Del mismo modo yo, siendo aún muy pequeña, la mañana del día de Nochebuena rogaba a Dios para que por la noche todavía no estuviera el árbol que yo esperaba con locura, por el que vivía. Del mismo modo que, mayor, con una broma o una evasiva, desde las primeras palabras cortaba la declaración de amor cuyo final, más adelante, jamás llegué a escuchar.
.... ¿Qué atraía a esta joven difunta de la lejanía misteriosa, del cementerio de Novodiévichie (¡y de más lejos aún!) a la Schwarzwald, hacia mí, una niña pequeña que ella conocía tan poco? Porque ahora comprendo que mi amor era su voluntad, que ella venía hacia mí, que me seguía por las montañas tupidas de la Selva Negra, que era ella quien me llamaba silenciosa e insistentemente a entrar en la espuma del Niágara del lugar - un río pequeñito, frío, hondo y turbulento, que se interrumpía, como la vida. Ella me obligaba a no hablar de ella a nadie, sobre todo a mi madre. Ella me miraba desde cada gracioso y enfebrecido rostro femenino, desde un sillón del sanatorio. Ella, aprovechándose de mi miopía, me obligó a enamorarme de una joven enferma parecida a ella, por la alternancia de la similitud y la disimilitud, el encanto y el desencanto, para decirlo a grandes rasgos: por la inevitibilidad del contraste en su favor no hizo otra cosa que ligarme aún más a ella. Un enamoramiento que, con toda mi honestidad de entonces y de siempre: con todo mi coraje para adquirir conciencia y llamar a las cosas por su nombre, ni por un segundo sentí como una traición: sólo una sustitución - ¡y qué dolorosa!