miércoles, 21 de agosto de 2013

Mundo lento


Escrito con ceniza
Man writing - Eugène Carrière

El hombre que duerme hace dos años
en el parque frente a mi casa
me ha dicho que mis poemas 
le transmiten mensajes cifrados
desde un planeta más allá
de Alfa Centauro

me ha pedido que pare
que detenga mis ganas de joder
y que ya nada le diga de los genios
que habitarán la Tierra dentro de mil años.

Que me guarde las coordenadas precisas
de la abducción
y otras minucias siderales que a nadie convienen.

Que no le recuerde lo que ha visto con horror
con ganas de volver las entrañas.

Que me calle
que no escriba
que no dé la razón a los ángeles
de tristes alas que le recitan el Código Civil
en vocales muy cortas todas las tardes.

Yo lo miro y tiemblo de pies a cabeza
como un pez fuera del agua
que empieza a boquear con resistencia
y se deja ir lentamente
hacia la muerte.

Le he dicho que sí
que nunca más
que esto no puede seguir
que también a mí me resulta insoportable.

Así que estas líneas
no tienen ningún mensaje oculto
ni nada que se le parezca
aunque haya quien/lleno de esperanza/ afirme lo contrario.




Escrito en el polvo

                                                                                                                    Gritar es digno.
                                                                                                                    Joan Brossa

Al fondo de las mesas me mira una niña que está por cumplir los veinte.
Es viernes y el lugar está lleno, de boca en boca corre el licor
y el humo congelado en el aire.
Pero al fondo de todo esto brilla una niña.
La miro sonreír y mi mujer me atrapa en el arrebato.
La niña tiene la belleza a media piel de la que será fémina
en la redondez exacta de sus formas, y lo sabe.
Tiene el contorno preciso que levanta las miradas a su paso
y que se sorprende, todavía, de ser la deseada.
Y me mira en el ardor de los iniciados.
Yo seré cómplice permanente de sus ojos
Place Clichy, Night - Eugène Carrière
que serán ojos en otro rostro, y en otro que aún no nace.
Me llamarán de mil modos, en mil maneras infames
pero seré la otra parte de la belleza incompleta:
el sucio espectador que descifra la voz del dios de las pequeñas cosas.
como el perverso que ama la cerradura y no el cuerpo que se desnuda,
las manos y no la caricia, el rouge y nunca el beso.
Me llamará su sonrisa, así se esconda en otros dientes.

Y la serena certeza de la muerte.




Escrito en ceniza


Como algún día me dijo Parra:
Moraleja: cuidado con el clero.
                               Fue verano y la noche piaba alegremente sin motivo.
                               Porque motivos no hay para estar alegres.
                               Dormía entera la ciudad y era lunes.
                               Entonces me crucé de frente con Dios,
                               que vestía una cota de malla, negra como su alma,
                               acompañado de un gigante verde.
                               El gigante iba desnudo de pies a rabo.
                               Dios, elegante cruzado, me sonrió como al paso.
                               El gigante empezó a notar mi mirada entre la calle y la noche.
                               Yo sonreí con temor de interrumpir algún asunto importante.

                               Entonces, comprendí:
                               Lo nuestro es el amor carnal.
                               Algún vicio menor hemos de tener.
                               Y Dios ordena cosas que no entiende.

                               desde entonces soy feliz,
                               cargo tres muletas que no uso,
                               paseo atónito por la ciudad.
                               Me escondo detrás de los pórticos.
                               Mastico con los labios cerrados,
                               sólo en caso de ser necesario.




Escrito en el polvo


Eugène Carrière
Caminamos oscuros por el bosque.
Atrás quedó el campamento donde
todos bailan y ríen junto al fuego.
En un claro encontramos un grupo grande de luciérnagas.
Sus cuerpos encienden y apagan un ritmo
pausado que parece un mensaje a los cielos.
Mi hijo grita y señala el abrasarse,
como teas al viento, de los bichos.
Parece que los cuerpos interrogan a las estrellas
por el paradero de Dios.
Algo urge que le comuniquen.
La noche nada responde.
Sólo el croar de algunas ranas
y el parloteo inútil de las aves en la enramada.
El aire sabe a sal como una lágrima.
Amenaza lluvia y la inminencia todo lo cubre.
La mano de mi hijo en mi mano
me salva del mudo abandono de las estrellas.




Escrito en el aire


                                                                                      SUSCRIBO SÍLABA POR SÍLABA JEALOUS GUY
                                                                                      DE JOHN LENNON (SHAVED FISH, EMI, 1978)

                                              I

Cuando nos encontramos
estaba enloquecido en pos de máquinas
adivinatorias:
                Las líneas de la mano, los naipes,
                el cielo y sus luces nocturnas,
                las líneas de los libros,
                las entrañas de las bestias,
                el agua, las piedras,
                el fuego, las piedras,
                el iris, las piedras
                los caracoles y los espejos.
El universo era legible
y todo lo que se necesitaba
era un sistema.
Tú venías de todo consumida
y sabías que la fiebre en mis ojos era
producto de otras manos, que se curaba con tus manos.
Y tal como era tu condición de luciérnaga
apagaste mi sed en tu intermitencia.
Abandoné el futuro porque estaba en tus ojos.
Ya nada sabía de los astros y su condición
de profetas.
Supongo que las bestias sacrificadas para este fin eran
varias:
bovino, porcino,
palomas, cabras.
Eugène Carrière
Se encuentra en un antiguo escudo etrusco
el orden de lectura: primero el hígado (importante
saberlo),
después el bazo y se finaliza con la vejiga.
Nada legible viene del mar.
Y, lo sabemos, los peces no viven fuera del agua.
Con la sed que te ahoga
me pides volver el rostro a otra figura.
También se lee el prodigio en las aves,
en las monedas, en cabezas enterradas en la arena.
De las aves, su vuelo y su canto.
De las monedas, su ardor
y la cantidad de oro en su aleación.
De la arena y los hombres acéfalos,
entiendo que únicamente estas palabras de despedida.

                                             II

Ven conmigo a la librería
dije en un respiro del taller donde
nos encontramos.
Considera que traigo tacones altos
y camino lento
respondiste.
Charlamos las seis calles
hasta el local, sin prisas.
Lo que yo buscaba no había llegado.
Hay que leer a Raymond Bloch.
                                    (Bloch, Raymond; La adivinación
                                    en la edad antigua, FCE, México: 1985)
Y tomando el libro pagaste
mirándome a los ojos.
A pesar de la erudita información
sobre cómo leer las señales de los cielos
(y Bloch hizo todo a su alcance)
o en lo oscuro de los vientres animales,
los tacones altos y aquello que buscaba
entre libros
escaparon por la puerta principal de mi casa.
Volví a la librería.
El libro buscado sigue perdido.
Ya no leo el futuro en los espejos,
ni en el agua, ni en el nido de los pájaros.
Te recuerdo descalza
en el centro luminoso del mundo.


Luis Alberto Arellano

De: Plexo, Fondo Editorial Tierra Adentro, México 2011